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Modelos educativos institucionales

5 Abr

…Modelos educativos institucionales…pensando. La  Alborada desde el análisis institucional. Hacia el modelo más humano.

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Caminando por Chía

24 Mar

10 Secretos de la Navidad para una sociedad posmoderna

17 Dic
10 Secretos de la Navidad para una sociedad posmoderna Si nos detenemos a contemplar un momento «la Navidad» no es tan difícil, por lo tanto, encontrar el secreto para ser felices Autor: P. Alejandro Ortega Trillo, L.C. | Fuente: Catholic.net
La Navidad es inagotable. Después de dos mil años, sigue ilusionando a los niños, inspirando a los artistas, arrobando a los místicos y movilizando al mundo entero. Basta recorrer las principales avenidas y comercios del orbe a partir de noviembre para sentir la fuerza del fenómeno. Y esto en una cultura que es llamada ya por muchos «post-moderna»; es decir, que dejó atrás la modernidad y se ha vuelto «ultramoderna», sobre todo por su dominio técnico y científico, su estructuración geopolítica y social y su configuración global.
En esta nueva edad de la humanidad, contrasta cada vez más la celebración de la Navidad con la tradición de la Navidad. Las tradiciones, en general, están muy devaluadas. Se ha difundido la idea de que son algo que se hace sólo por costumbre, inercia o imposición social o religiosa. Muy al contrario, l as tradiciones son como las mejores prácticas de la humanidad, amasadas en forma de costumbre o recurrencia, precisamente para que no se pierdan. Las tradiciones tienen un núcleo interior, un sentido profundo que inspira y da significado a la celebración exterior.
La celebración de la Navidad, sin embargo, está siendo cada vez más superficial y material. Y a medida que se va imponiendo un modelo pagano y comercial de celebrarla, se va perdiendo su riqueza profunda y su encanto. Hacen falta nuevos puentes entre tradición y postmodernidad. Sin duda, hay muchos elementos que depurar en ciertas tradiciones. Pero es preciso redescubrir el valor de las sanas tradiciones, si no queremos perder irresponsablemente riquezas atesoradas por la humanidad a lo largo de siglos y milenios.
La Navidad es la tradición por excelencia. Aunque inmediatamente hay que aclarar que la Navida d es mucho más que una tradición. Es un acontecimiento. Un evento histórico o, mejor, «metahistórico», en el sentido de que rebasa, desborda y envuelve la historia misma, iluminándola y dándole su pleno significado. Por eso, la Navidad jamás será obsoleta. Y por eso también hoy tiene tanto que decirle a nuestra cultura postmoderna. Las siguientes reflexiones son sólo un botón de muestra.
1. El secreto del burro y el buey: la calma
La nuestra es una sociedad apresurada. No tenemos tiempo para nada. Parecemos «malabaristas» de la existencia: sentimos la presión de mantener muchos roles y responsabilidades en el aire y la limitación de contar sólo con «dos manos». Y se nos nota: la prisa nos apremia; y también nos maltrata. Más allá de los estragos del stress, tan bien documentados, a veces cometem os errores muy básicos por no dedicarle a cada cosa su tiempo. No hace mucho, al bajar del coche, por la prisa, cerré la puerta sin estar «completamente fuera». ¿El resultado? Un dedo «machucado» y algunas estrellas.
El burro y el buey, siempre presentes en los nacimientos, tienen un secreto que ofrecernos: la calma. La tradición de colocar estos dos animales junto al pesebre del Niño Jesús no es ornamental. Tiene fundamento bíblico: «Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo», escribe el profeta Isaías (1, 3).
Recuerdo el gesto sereno y apacible del burro y del buey del nacimiento que poníamos en casa. Dos modelos humanos difícilmente hubieran podido expresar tanta calma. El burro y el buey simplemente «están». No se mueven. No caminan. No se marchan. No tienen ninguna prisa.
La calma supone saber estar donde se debe estar en cada moment o. Claro, supone también una buena organización personal y claridad de prioridades. Si quieres calma -parecen decirnos estos animales- dale prioridad a Dios. Ellos reconocieron en el Niño Jesús a su «dueño y amo». En otras palabras, no tenían otro lugar mejor donde estar en ese momento. Si Dios fuera siempre nuestra prioridad, y le dedicáramos tiempo a la oración, al trato con Él, seguramente tendríamos más calma. No por tener menos cosas que hacer, sino por hacer las que realmente importan. Por lo demás, el tiempo no existe ni importa cuando estamos con aquellos que amamos.
«Ustedes tienen el reloj; nosotros tenemos el tiempo», decía un viejo beduino del desierto a un turista. Aprendamos del burro y el buey a no dejarnos presionar tanto por las manecillas. Y menos cuando estemos en oración. Nunca como entonces se puede saborear la serena alegría de estar junto a Dios en plena calma.
2. El secreto de José: la providencia
Nuestra sociedad se ha vuelto demasiado racional. El concepto viene del latín «reor, ratum», que significa calcular. En otras palabras, hemos aprendido a ser calculadores. Ponderamos demasiado ciertas decisiones que podrían ser más diligentes y valientes si no miráramos tanto su precio en sacrificio o generosidad. En el fondo, además de mezquindad, el ser calculadores supone poca confianza en Dios. Lo prevemos y lo programamos todo para no poner en riesgo nuestra comodidad o conveniencia.
También José habrá hecho sus cálculos y previsiones. «Será Hijo del Altísimo», le dijo María. Y Él concluyó en su imaginación: «Nacerá en un palacio, con los mejores médicos. Viviremos con él en Jerusalén, la capital. Nos dar&aac ute;n como casa el Templo de Salomón. Y vendrán reyes y reinas de todas partes a visitarnos. Ya no tendré que trabajar de carpintero».
Pero, ¡qué realidad tan distinta! Un inesperado censo en Belén, el nacimiento en una cueva y la huida a Egipto dieron al traste con sus ilusiones. Y después el regreso a Nazaret y una larga estancia ahí, sin pena ni gloria, para terminar muriendo carpintero. La Navidad es una profunda lección sobre la providencia de Dios, que lleva muchas veces nuestra vida muy al margen de nuestros cálculos y previsiones.
Confiar en la providencia es la actitud más realista. Nadie tiene el control total de su destino personal, matrimonial, familiar, profesional, etc. No lo tuvo José; menos lo tendremos nosotros. Y es mejor que así sea. La apertura a la providencia divina nos ubica en nuestra realidad de creaturas de un Dios que ve y actúa m&aacut e;s allá de las circunstancias prósperas y adversas, llevando siempre las cosas en el modo que más nos conviene. Fue el caso de José; y puede ser también el nuestro si aprendemos, como él, a confiar en la Providencia.
3. El secreto de los ángeles: la espiritualidad
Nuestra sociedad se ha vuelto cada vez más física. No en el sentido científico, sino corporal. Está obsesionada por el fitness, por la «buena forma». Los gimnasios están cerca de llegar a ser el negocio del siglo. Ahora bien, cultivar el cuerpo no tiene nada de malo. El cuerpo es una dimensión esencial de nuestro ser. Como dijo el filósofo Gabriel Marcel, propiamente no tenemos un cuerpo; somos nuestro cuerpo.
Posee, por tanto, una altísima dignidad, y merece todo cuidado y atención. Cada uno es responsable del cuerpo que Dios le dio a modo de talento para dar fruto en esta vida. Baste pensar que todos nuestros actos, los ordinarios y los sublimes, entran en escena a través de nuestra corporeidad; incluso el pensar y el amar.
Pero una cosa es cultivar el cuerpo y otra muy diferente es dar culto al cuerpo. El cuerpo nunca ha de ser idolatrado. Porque nadie debe idolatrarse a sí mismo. Hoy cabría hablar de un cierto narcisismo corporal. Narcisismo condenado de raíz, como en el caso de la fábula, a una profunda frustración. El tiempo pasa y deja su indeleble huella de desgaste y debilitamiento sobre el cuerpo, por más que uno se afane en conservarlo intacto. Ninguna cirugía, ningún procedimiento, ninguna técnica -por mucho avance que haya en la materia- es capaz de evitar el envejecimiento. Y quienes van más allá de lo razonable en este campo, en lugar de envejecer con naturalidad -que es la manera «bella» de envejecer- envejecen como monstruos.
Contra esta tendencia «idolátrica» del cuerpo, los ángeles de la Navidad nos revelan su secreto: el de la espiritualidad. Ellos, que son espíritus puros, nos enseñan a valorar y a gozar la vida espiritual. A buscar no sólo una buena «condición física»; también espiritual. Después de todo, el espíritu nunca envejece. «Cada uno tiene la edad de su corazón», solía repetir el beato Juan Pablo II. Y tal vez por eso, a pesar de los achaques de su vejez corporal, mantuvo siempre un espíritu joven. Basta ver con qué facilidad conectaba con los jóvenes en las Jornadas Mundiales que él mismo protagonizaba.
A veces podemos sentir que la vida espiritual es aburrida, monótona. El canto de los ángeles en Navidad nos recuerda que la vida espiritual es siempre bella, emocionante minuto a minuto, cualquiera qu e sea la condición del cuerpo. No está mal cultivar la buena forma, cuidar la salud del cuerpo. Pero también -y con mayor razón- hay que cultivar el alma. Después de todo, como dice una antigua frase latina, «los rasgos del alma siempre serán más bellos que los del cuerpo».
4. El secreto de María: el silencio
Dos necesidades básicas nos definen: hablar y ser escuchados. Con el añadido hoy de la tecnología -celulares, redes sociales, blogs, chateo, etc.- la ecuación queda así: tendencia natural a hablar + tecnología = sociedad hiperparlante. Supongo que más de alguno habrá ya querido gritar desde algún punto del planeta: «¡Basta; cállense todos!».
María tiene un secreto para nuestra ruidosa sociedad: su silencio. Ella, la gran coprotagonista de la Navidad; la que tendría tanto q ue decir, tanto que contar, guarda silencio, medita. Según la narración evangélica del nacimiento de Jesús, en esos momentos María no dijo una sola palabra. Su silencio fue el mejor modo de acompañar el acontecimiento más grande de la historia. Ningún sonido, ninguna melodía hubiera estado a la altura del momento. Por eso, bien se ha dicho, nada es más solemne que el silencio.
Ahora bien, el silencio de María no fue estéril ni superficial. Fue el espacio fecundo para reflexionar, profundizar y contemplar: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc. 2, 19). Ella entendió por anticipado lo que un psiquiatra español diría siglos más tarde: en ciertas ocasiones «la palabra es plata y el silencio es oro».
El silencio tiene capas. Hay un silencio «exterior». Importantísimo. Consiste en sabe r «apagar» los estímulos sensoriales. Cuánto bien nos haría a todos tener al menos 30 minutos de este silencio al día. No siempre es posible. Pero habría que saber encontrar algún remanso así a lo largo del día. Los silencios más profundos son los de la memoria, para evitar malos recuerdos y purificar el pasado; los de la imaginación, para no anticipar desgracias; los de la susceptibilidad, para no «atar demasiados cabos» y sentirnos víctimas de todo mundo, etc., etc. Adquirir la disciplina del silencio no es fácil, pero el fruto bien vale la pena. El silencio es, en cualquier caso, un guardián del alma.
5. El secreto del pueblo judío: la esperanza
Nuestra sociedad tiende al pesimismo. No sin razón. Basta hojear cualquier periódico para lamentar lo mal que están las cosas. Y así, a fuerza de tragedia s y decepciones, han bajado mucho nuestras reservas de optimismo.
En el fondo, hemos perdido esperanza. Y tal vez por eso nos hemos vuelto más superficiales. La superficialidad es la enfermedad de los que no esperan nada. De los que viven en un mundo sin profundidad, sin relieve, sin montañas que conquistar ni misterios que penetrar. J.P. Sartre escribió: «La vida es una derrota, nadie sale victorioso, todo el mundo resulta vencido; todo ha ocurrido para mal siempre y la mayor locura del mundo es la esperanza». Pues precisamente, esa locura del mundo, la esperanza, fue por siglos el gran secreto del mundo antes de Cristo; el que lo puso en una sana tensión, en una espera de Dios que no fue defraudada.
Cuando esperamos algo nos polarizamos, nos cargamos de ilusión. La esperanza mete un centro de gravedad en nuestra vida, y así nos saca de la superficialidad. La espera de Cristo ha sido la más grande q ue el mundo ha tenido y tiene, pues ahora esperamos su segunda venida. La Navidad nos lo recuerda cada año. S. Grygiel definió la esperanza como la memoria del futuro. Conviene recordar siempre que lo mejor está por venir; que Cristo está por venir. Es el núcleo del mensaje del Adviento litúrgico.
El optimismo cristiano no es una vana ilusión; es una educación del alma. El optimista es quien ha sabido educar su mirada para descubrir lo positivo que se asoma a su alrededor. Y si la crónica del mundo no camina por donde quisiéramos, no es más que una invitación a mirar más alto. Después de todo, como diría Lacordaire, la adversidad descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir.
6. El secreto de las estrellas: la humildad
El glamur, según el Diccionario de la Real Acad emia Española, es un «encanto sensual que fascina». En nuestra sociedad equivale a una preocupación excesiva por la buena apariencia, por el look más llamativo. En un sentido más amplio, el glamur está presente en casi todos los sectores. Hay un glamur de los negocios, del deporte, del espectáculo, de la vida social. En todos los casos, el objetivo es brillar, impresionar, ser el centro de atención.
A esta sociedad glamurosa, las estrellas de la noche de Navidad tienen un secreto que ofrecerle: el de la humildad. Las estrellas sólo brillan en la oscuridad. Cada una brilla con su tamaño y su fulgor propio, sin complejos ni tontas comparaciones. Las estrellas brillan siempre, independientemente de si las miramos o no. Las mira Dios, y eso les basta. «No eres más porque te alaben, ni eres menos porque te desprecien; lo que eres a los ojos de Dios, eso eres», escribía Tomás de Kem pis en el siglo XV.
Aquella noche de Navidad, las estrellas debieron brillar maravillosas, sin envidia de la gran estrella posada sobre la cueva de Belén. Cada una brilló lo mejor que pudo, sin sentirse menos. De haberla mirado con envidia, se habrían opacado. Porque la envidia es la polilla del talento (Campoamor). Ellas, en cambio, por su humildad preservaron su talento. Y por eso hoy, sobre una sociedad ávida de reflectores, de relumbrón y de flashazos, ellas siguen siendo, sin pretenderlo, las verdaderas estrellas.
7. El secreto del pesebre: la pobreza
Una nota novedosa de nuestra sociedad postmoderna es la ambición. Sin duda, ciertas ambiciones son legítimas. El problema es la ambición que se torna insaciable. El gran secreto del pesebre fue la pobreza espiritual, el desprendimiento interior.
Siempre he tratado de imaginar la historia del pesebre; una his toria que, sin duda, fue de más a menos. Empezó siendo un tambo limpísimo, idóneo para almacenar agua, aceite o vino. Más tarde fue contenedor de combustible o de lejía. Después lo destaparon para llenarlo de grano trigo, garbanzo o maíz. Un poco más rodado y abollado, se convirtió en tambo de basura. Muchos golpes después, picado y maltratado, cuando ya no servía para otra cosa, lo pasaron por la sierra y, partido por la mitad, dejó de ser tambo y empezó a ser pesebre, en el que colocaron paja para vacas y bueyes.
Quizá nunca imaginó, rodando por la pendiente de la humillación, que llegaría a ser el primer sagrario de la historia, después de María. El pesebre nos recuerda que muchas veces se es más feliz y afortunado siendo menos que más; que el camino de la ambición no lleva a ninguna parte; y que las predilecciones de Dios tienen muy poco que ver con nuestros méritos.
8. El secreto de los Reyes Magos: la docilidad
Nuestra sociedad presume, con razón, de independencia. Pero una mal entendida libertad puede llegar a ser una falsa autonomía, que raya en la ilusión, en la pérdida de referentes morales y de criterios rectos y claros. Ciertas corrientes de pensamiento han postulado un falso humanismo, que consiste en borrar a Dios del horizonte para que el hombre pueda ser plenamente hombre. Su tesis, en resumen, podría enunciarse así: «Si Dios es, el hombre no puede ser«.
Esta postura, sin embargo, constituye un verdadero drama, que inspiró el título de un libro del teólogo Henri de Lubac: El drama del humanismo ateo. Años más tarde, el Concilio Vaticano II resumía admirablemente su esencia: «La criatura sin el Cr eador desaparece… Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida» (Gaudium et spes, 36).
En otras palabras, cuando el hombre deja de tener por referente a Dios, se extravía en un laberinto sin salida. Es aquí donde los Reyes Magos tienen un secreto maravilloso que ofrecernos: el de la docilidad a Dios. Ellos se dejaron guiar. Fueron verdaderamente sabios al no fiarse de sí mismos, de su autonomía; al buscar fuera de sí mismos, en el cielo, la verdadera razón de su vida y el camino a seguir. Cierto, el camino fue largo y muchas veces oscuro. Pero en premio a su docilidad, encontraron al mismísimo Dios, que se hizo carne para ser hallado.
Su docilidad es una lección de sensibilidad a los auténticos valores y a las inspiraciones de lo alto. Dios nos manda señales; nos sugiere, nos invita, nos muestra estrellas que seguir. El corazón rebelde s e ciega y endurece; se enferma de lo que la Biblia llama «esclerocardía» -dureza de corazón-. En cambio, el corazón sensible tiene ojos; y el dócil, pies. Así puede descubrir las «señales de arriba» y seguirlas con paciencia, sabiendo que tarde o temprano le llevarán al mejor de los hallazgos: Dios mismo.
9. El secreto de los pastores: la fe
A nuestra sociedad cada día le cuesta más creer. Es cierto, muchas certezas se han derrumbado; muchas confianzas han sido defraudadas, sobre todo en los últimos años. Por eso, más de alguno me ha dicho: «Ya no sé en qué creer».
El secreto de los pastores fue su fe. Una fe sencilla, pero viva, operante y alegre. Ellos eran, muy probablemente, hombres sin educación, sin formación, sin grandes lecturas. Pero aquella noche de Navidad fueron los hombres más iluminados de la hist oria. Dice el Evangelio: «Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Angel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz» (Lc. 2, 8 – 9). Eso es la fe: una luz envolvente, que todo lo ilumina: no sólo la noche, también la vida; no sólo el entorno, también el corazón.
La suya fue una fe sin cuestionamientos. Inmediatamente, sin mayor deliberación, los pastores se levantaron y se pusieron en camino. «Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado» (Lc. 2, 15).
La fe no es sólo «creer» con la mente. Es un dinamismo interior que nos pone «en movimiento». La fe cambia la vida. Nunca es est&aacu te;tica. Porque nuestro corazón tampoco lo es; siempre busca un horizonte ilimitado. Las solas expectativas de esta vida le quedan chicas; y sus motivaciones, también.
La fe de los pastores, por lo demás, tampoco contradijo su razón. Sólo la iluminó. La llevó mucho más lejos. La abrió a una revelación que venía de lo alto. Porque, en definitiva, la fe es más una respuesta que una búsqueda. Los pastores no buscaron a Dios; sólo se dejaron encontrar por Él.
La fe desemboca en un gran sentido de lo esencial. Aquella noche, los pastores descubrieron que ya nada importaba, que sólo una cosa era necesaria: estar junto al Recién Nacido. Quien posee el sentido de lo esencial capta lo importante, busca lo único necesario, y así simplifica muchísimo su vida. Fue lo que años después diría Cristo a Marta: «Marta, Ma rta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada» (Lc. 10, 41-42).
10. El secreto de la noche de Navidad: la paz
Se diría que éste último secreto de la Navidad es la síntesis de todos los anteriores: la paz. San Agustín la definió como la «tranquilidad del orden». Según los historiadores, durante la noche de Navidad cesaron las guerras, se hermanaron los pueblos, se reunieron las familias, y parece que todo el cosmos se puso en paz. El Martirologio romano subraya este hecho cuando dice que Cristo nació «mientras reinaba la paz en toda la Tierra».
La paz es un resultado. Algo que encontramos al final del esfuerzo. Quien renuncia a la prisa, confía en la Providencia, se ejercita en la espiritualidad, vive el silencio, madura su esperan za, forja su humildad y pobreza, su docilidad y su fe, seguramente hallará paz.
Parecen demasiados pasos. En realidad, el camino no es tan largo. Porque todos estos esfuerzos son vasos comunicantes. Quien trabaja en un aspecto, termina por crecer también en los demás. No hay hombre que ore sin ejercitar su fe, su abandono en Dios, su pobreza y humildad. Por eso, más que ver una lista de tareas, tomemos al menos un secreto de la Navidad y empecemos a vivirlo con empeño e interés. Cualquiera de ellos tiene toda la virtualidad para cambiarnos la vida y mejorarla notablemente.
Y no olvidemos que el verdadero centro de la Navidad es Jesús mismo. Él es el Príncipe de la Paz, como lo llama la Iglesia. En Él y sólo en Él encontraremos la paz. En Él posemos nuestra mirada, confiada y segura. Quizá el «mundo feliz» que algunos han profetizado no es tan utópico co mo pareciera. Porque en realidad no se necesita quién sabe qué nivel de desarrollo científico y técnico para clonar a la gente y diseñar una perfecta ingeniería social. Si queremos una sociedad postmoderna «feliz» -hasta donde es posible en esta vida-, sólo hay que redescubrir algunos secretos esenciales, poner a Cristo al centro de cada familia y dejarlo reinar.
Después de todo, Dios sigue siendo el Señor de la vida y de la historia, aunque no lo parezca. Su victoria sobre el mal -en cualquiera de sus formas- es ya una realidad. Y, si lo acogemos, su victoria será también nuestra. O para decirlo de forma más poética, con un himno de la Liturgia de las Horas, «derrotados la muerte y el pecado, es de Dios toda historia y su final; esperad con confianza su venida; no temáis, con vosotros él está. Volverán encrespadas tempestades para hundir vuestra fe y vuestra verdad, es más fuerte que el mal y que su embate el poder del Señor, que os salvará».

El camino hacia la paz

6 Dic

Una vez, un estudiante le pidió a un gran Kabbalista que le revelara todos los secretos de la Biblia y las leyes del universo mientras permanecía sobre una sola pierna. El sabio le respondió:

 “Ama a tu prójimo como a ti mismo. El resto es comentario”.

No es sólo un buen dicho. Es una tecnología que puede traer Luz para tener frente a toda oscuridad o carencia en nuestras vidas.

Más importante que esto, es la conciencia que puede poner fin al dolor, el sufrimiento y la muerte, y de este modo crear una realidad de paz en el mundo.

Cuando puedes amar a la persona a tu lado, ¡especialmente cuando no quieres hacerlo! todos damos un paso hacia adelante en el camino hacia la paz.
Yehuda Berg

Teatro en el Colegio La Alborada. Primicia: El circo de la felicidad

5 Jun

Sobre la noción de contingencia

3 Feb

Hace unos días un papá del colegio se mostró algo desconcertado con la noción de contingencia que aparece en la margen derecha de esta página web donde dice: «Preparados para manejar las contingencias del mundo». Me permito hacer algunas aclaraciones sobre dicho concepto a la luz de la teoría educativa. El proyecto educativo del Colegio La Alborada es humanista-existencial, centrado en la noción de inteligencias múltiples. Esa dimensión procura darle un sentido educativo donde nuestros hijos estén conectados con el mundo. Y cuál es el mundo en que vivimos?. Una sociedad llena de oportunidades, pero llena de desafíos y contingencias. La noción de contigencia es una categoría de punta en la teoría educativa moderna.  Nos interesa el triunfo personal de nuestros estudiantes, pero también su capacidad de lectura crítica y creativa de los problemas que afronta el mundo: crisis económica, crisis ambiental, crisis en la familia, deterioro de los lazos comunitarios, pérdida de las identidades culturales. Esas contingencias son realidades cotidianas que viven millones de personas. Y para eso es que tenemos que estar preparados. En todas la épocas el ser humano ha tenido que enfrentarse a su propia fragilidad, condición inherente a ser Hombre.  En la sociedad actual, llena de desarrollos materiales, el manejo de la contingencia es una preocupación central de las disciplinas y saberes interesadas en la salud y la enfermedad. Además de personas exitosas, el proyecto educativo del Colegio La Alborada, se interesa en trabajar y potenciar la dimensión sana de la persona humana.  En ese sentido, el trabajo simbólico del colegio destaca una antropología cristiana, no denominal, no-confesional, que en diálogo con la tradición, y con los aportes del diálogo inter-cultural,  aspira a trabajar el conjunto de la existencia humana de la persona.  Ese universo tiene que referirse a la capacidad que debe tener la comunidad educativa de mirar el contexto local, regional y mundial en el que vivimos y vivirán nuestros hijos. La acomodación simbólica que lleva a cabo el colegio, en su trabajo con padres e hijos,  se relaciona con la trama social, religiosa, cultural y política de lo que significa ser colombianos, americanos, latinos y ciudadanos del mundo.  Se hace imprescindible,  fijar pautas para el manejo de la contingencia, como categoría central del proceso educativo.  La construcción simbólica de la sociedad y del proyecto de vida personal, tiene que partir del reconocimiento comunicativo de los influjos positivos y negativos que vivimos como seres históricos y sociales, situados en una sociedad marcada por las desigualdades y la injusticias.  Con estas palabras, la invitación es a pensar en el futuro de nuestros hijos y del mundo que les tocará vivir.

Sobre el invierno

3 Dic

Informamos que la sede del colegio La Alborada en el municipio de Chía se encuentra en perfecto estado y no ha sido afectada por invierno. El colegio se solidariza con todas las familias y personas que han sido  afectadas por el invierno en Colombia. Que las circunstancias que vive el país sean un motivo para reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos los seres humanos con el planeta. La jornada del colegio va hasta el 15 de diciembre.

La educación como política cultural

24 Nov

Manifiesto:

Por la reconstitución del ser humano, por la reconstrucción social de nuestro país. Por el despliegue del potencial cultural y personal de nuestra realidad. Por una inversión afectiva, más que económica. Por una pedagogía de la ternura y del amor. Por una acción humana realista, madura en lo psicológico y espiritual. Por un subjetivismo sano, con polo a tierra y con una perspectiva de infinito. Por una autoridad del auténtico crecimiento…por un proyecto personal en armonía con la Tierra y el Cosmos. Por el rescate, descubrimiento y redescubrimiento de las verdades supremas del hombre, el cosmos y la vida… Eso es la alborada.

Los tiempos, la verdad y la educación

12 Nov

Se dice que vivimos tiempos de postmodernidad. Qué es la postmodernidad? Si la modernidad era la época de la fe ciega en la ciencia y en el progreso humano; la postmodernidad es la época de los desencantos en todo gran relato. Caminando junto al ambiente post-moderno, se encuentran los modos de ser subjetivistas y relativistas. Un trío de compañeros que no cree en nada valedero. Pero parece que sí sigue siendo válido la única validez de los fenómenos, de lo observable y de lo que se puede tocar. Esta es la realidad empírica y fenomenológica. No hay espacio para Dios, lo ontológico y lo noético. La postmodernidad, en sí misma es un gran relato que pretende entender toda desde la perspectiva narrativa. Una opción interesante, si no fuera por el reduccionismo extremo que encarna dicha postura. El sueño en nuestro proyecto educativo no es impositivo, en ese sentido, algunos nos podrían clasificar como post modernos, pero somos clásicos en el sentido de afirmar que existen realidades ontológicas superiores al hombre. Estamos por una ética realista, de la formación democrática y de la valoración de las formaciones culturales que le ayuden a la persona humana a crearse activa y socialmente. Son particularidades valiosas en un mundo de la estandarización, que opera a partir de reduccionismos.

Aprendizajes y celebraciones: colegio La Alborada

29 Sep