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Las realidades políticas de la música carranguera

21 Ene

La música carranguera es un metalenguaje cultural heredero de las formas musicales que la colonia y el proceso de mestizaje nos heredó en la forma musical del torbellino, la guabina, el bambuco y otros aires campesinos que las políticas del ocultamiento intentaron invisibilizar. En ese contexto, la carranga representa un importante demarcador histórico para activar la memoria de todos los colombianos en lo referido a determinados procesos que la modernidad pudo haber erosionado y para proyectar el diseño de escenarios y propuestas políticas que fijen derroteros de acción para el pensamiento ambiental y social en Colombia.  La genialidad de Jorge Velosa, y de las diversas agrupaciones musicales y músicos que han acompañado la construcción del género carranguero, fue la de haber actualizado, dándole continuidad creativa, a los aires musicales de las llamadas músicas rastrojeras o montañeras de origen campesino. Estas formas musicales estaban a punto de morir y desaparecer antes de la aparición de Velosa. Su extinción hubiera sido toda una calamidad para la historia y la cultura del país, pues se hubieran apagado las importantes fuerzas soteriológicas que la música carranguera viene difundiendo, al plantear nuevos circuitos de expresión que abren horizontes de sentido para repensar las relaciones humanas y las relaciones con el mundo de la vida y de lo no-humano.

En correspondencia con los planteamientos ontológicos de vanguardia, la música carranguera instaura en el ser la unidad melódica “que le canta a la vida” en el marco de una fina referencia constitutiva a la percepción de la relación de lo humano y lo no-humano, en el plano de sus lecturas de los entornos culturales y ambientales de nuestro país. Las tramas narrativas de las creaciones de Velosa tienen resonancia en el campo de sus aportes a la filosofía de la vida y de la ética ambiental. Particularmente, se hace importante para la comprensión del aporte carranguero, la obra del filósofo Maurice Merleau-Ponty, cuyo trabajo La Nature (1956-1960) nos recuerda la importancia de la irreductible compenetración y parentesco con los animales. Y en el campo de la antropología la obra del destacado antropólogo Tim Ingold es indispensable para comprender los entrelazamientos que propone Velosa con el mundo de los animales y de la Vida.  En ese sentido, el potencial de la carranga es el de ser crítico de las corrientes dominantes de pensamiento que ignoran el sentido y el valor de lo viviente. Lo que se reclama en muchas de sus canciones es la necesidad de acercar los espacios vitales humanos, con los espacios vitales de los animales y del mundo de la naturaleza. En el fondo somos animales viviendo entre animales; condición interesantísima para proseguir el ejercicio de profundización de una ética de la vida; ejercicio que esta aún en estado embrionario en nuestro medio, dominado por las lógicas de la ganancia y del egoísmo.

La carranga es la expresión del alma boyacense en toda su plenitud; constituyéndose en una herramienta cultural que posibilita la arquitectura de la identidad cultural de nuestro país. La carranga se origina en un departamento caracterizado por poseer una economía campesina con la que toda la nación colombiana esta en deuda, ya que nos alimentamos de las matitas campesinas; además no podemos olvidar que la presencia de la ruralidad jalonó con fuerza las ideas Republicanas que nos han dado la libertad, ya que sin el apoyo de las huestes de guerreros boyacenses, la emancipación que nos legó nuestro libertador Simón Bolívar no hubiera sido posible. La carranga es heredera de esa tradición libertaria; pero no es simplemente un aire folclórico, pieza de museo para ser admirada y contemplada como artefacto fosilizado como ocurre con otros géneros musicales tradicionales a lo largo del mundo. Todo lo contrario, la música carranguera puso nuevamente a la nación colombiana a bailar, cantar, pensar, meditar, creando mundos “mansitos” desbordantes de vida, y hechizados por la luz de la “Candelaria”.  Es un género abierto al reconocimiento de la realidad, con una enorme capacidad de lectura de las profundidades del ser y de los acontecimientos visibles e invisibles que suceden en los hermosos paisajes culturales de nuestra patria.  Su tono puede llegar hasta la denuncia de las injusticias sociales y de la problemática económica que vive el país, pero es mucho más que canción protesta, pues le canta a la vida en todo su esplendor. Su mensaje es rico, extenso y profundo, es un lenguaje que surge de las honduras del ser. Consecuentemente, la carranga viene siendo fuente de inspiración para los movimientos sociales de Colombia. De ella se han nutrido los ambientalistas, los Verdes, los defensores de los derechos humanos, educadores, niños y niñas, adolescentes, músicos, indígenas y los amantes de la justicia. Sus voces, melodías y ritmos se oyen en todos los rincones del país. Acompaña a obreros, campesinos e intelectuales en su labor. Une a Colombia, dándonos la fuerza y la energía para captar la riqueza e inmensidad de los saberes que tiene nuestro pueblo.

El sentido de la carranga es de orden existencial y cultural. Su experiencia de orden radica en la capacidad que tiene para identificar mundos y caminos narrados por la sabiduría de nuestros pueblos andinos herederos de lo mejor de las sociedades indígenas, mestizas y españolas asentadas en nuestro territorio, y que poco espacio habían tenido en marco de los discursos dominantes.  Muchos relatos sin historia, en pueblos a los que se les ha querido negar su historia, han encontrado resonancia gracias a los medios expresivos de la carranga. Ya sea en la romería campesina, en la fiesta patronal, en el Madison Square Garden de Nueva York, y en otros escenarios internacionales alrededor del mundo, la carranga explosiona el potencial festivo y meditativo, pregonero de la vida de los colombianos.

La narrativa carranguera rescata la noción de persona humana; esta condición es importante ante la existencia de muchos ambientalismos y corrientes filosóficas deshumanizantes que pretenden reducir todo a una concepción exclusivamente biológica que se impone totalitariamente por encima de la dignidad de la persona humana en ciertos círculos académicos de nuestro medio. Lo que la música carranguera en sus movimientos sinfónicos nos recuerda, es que la persona humana tiene que convivir, cooperar y armonizar con los ambientes y ecosistemas culturales en un proceso de dialogo, comprensión y reconocimiento. Los ambientes biofísicos han sido gravemente afectados por las intervenciones humanas en la región andina de Colombia; el mayor obstáculo en lo referido a la armonización se comprende desde las cartografías del dominio y el avasallamiento de cierto orden humano sobre el orden no-humano. Pero resulta que el orden humano, tal como lo enseña la carranga de Jorge Velosa,  no puede existir sin un reconocimiento de las fuerzas bióticas y abióticas que invitan al ser humano a conversar y a recordar que la mayor responsabilidad del hombre es con su propia vida, con el dialogo y con la evolución tanto del organismo, la sociedad y la naturaleza. Como seres vivos, los humanos en nuestra rica capacidad subjetiva, proyectiva, discursiva y metadiscursiva, somos organismos-personas vivientes, que deberíamos vivir con más humildad nuestra condición de seres vivos. Nuestras identidades humus-humanas se nutren y recomponen de las asociaciones de historias que se tejen del entramado de relaciones sociales entre hombres, como de la capacidad de vida que los sistemas de soporte ecológico, en sus voces nos han legado. El mundo de los animales, las plantas, los minerales, todo lo vivo y lo no-vivo son constitutivos del potencial que tiene la persona humana en la manifestación de todas sus posibilidades creativas.

Para nuestro gozo y fortuna, la narrativa de la música carranguera se puede clasificar dentro de las lógicas de la esperanza y de la vida. El mundo imaginado en la carrangaes también la representación de múltiples acciones institucionales, individuales y colectivas que vienen operando en la región andina de Colombia dirigidos a salvaguardar los ambientes biofísicos y ecosistemas culturales que existen a lo largo de la cordillera de los Andes. En ese sentido, el mundo percibido por la carranga,  un modelo de hombre que no olvida a la persona humana,  responde a las formas en que los humanos venimos actuando en territorios y paisajes. “No todo es fatalidad“; las circunstancias más adversas se pueden superar; las ideologías que separan y destruyen se pueden unir en el marco del reconocimiento de ideas-fuerza que tienen el potencial de la integración, tal como lo canta la carranga en un mensaje trinitario.

Dr. Prof. Felipe Cárdenas Támara Ph.D D.I.Hom

Doctor en Antropología

Profesor Colegio La Alborada